había visto los crímenes más espantosos asolar la ciudad a manos de esos abominables monstruos de capas negras y estandartes regios. Ya era hora de terminar con todo aquello, así que cogió una de las espadas colgadas en la pared del salón donde habían logrado mantenerse escondidos algunos de los supervivientes y se dirigió a la puerta, pero alguien lo detuvo agarrándolo por el brazo.
––¿Estás loco? ¡No puedes enfrentarte a ellos! Te matarán.
El hombre era grande como un armario, fuerte y robusto, de mediana edad. El niño lo miró con genuina sorpresa.
––Jamás se me había ocurrido que hubiera algo que no puedo hacer.
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