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Llegó un momento en que nunca estaba contento


nada le gustaba, todo era aburrido o corriente.
Pues él era incapaz de superar la facilidad con la que obtenía las cosas.
Le hartaba chasquear los dedos y ver sus deseos cumplidos, tanto que empezó a odiar a los mayordomos y a los genios, así que decidió convertirse en uno y conceder deseos imposibles a quienes demostraban que los merecían. Y si alguien era capaz de encontrar su lámpara, se lo merecía.

Las cosas fáciles le hacían perder rápidamente el interés y no merecían la pena. Eran para las personas mediocres, esas que no luchan por lo que quieren, que se lamentan de los errores, que se quejan de los obstáculos antes de intentar superarlos, que lloriquean por sus problemas y que esperan que el mundo les traiga lo que ellos no van a buscar.  

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