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Cuando mueres


ves una gran luz blanca, como estar en medio de un enorme foco, y parece verdad que has llegado a las puertas del cielo.

Cuando mueres tus músculos, tanto voluntarios como involuntarios, se relajan; tu sistema nervioso autónomo deja de recibir y enviar señales para controlar tu cuerpo en función de los estímulos exteriores. De manera que tus pupilas se dilatan, se abren todos tus foto receptores que antes estaban cerrados para controlar el paso de la luz y que no se quemaran tus retinas.

Y ese es el origen de la Gran Luz que te da la bienvenida al fin de tu vida.

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