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La vida era perfecta.


Él había sido siempre un rompecorazones rubio de ojos azules, alto y atlético; un rompecorazones enamorado de una diva castaña, de largas pestañas y labios rojizos.
––Tú eres ideal para el puesto de reina de este baile.
La jefa de las animadoras que siempre ocupa el lugar más alto de la pirámide y el capitán del equipo de fútbol que marca el gol ganador, pensó él. La vida puede ser perfecta.
––Oh, pero yo no soy esa clase de chica. Yo siempre fui la empollona: gafas de pasta y un rostro cubierto de granos. Esa que ganó el premio del club de ciencias y nunca bajaba del 8'6.
Te equivocaste de película. La vida no es perfecta.
––Es el momento y lugar adecuado para que no me importe. En el fondo siempre amé los libros, se esconde algo fascinante entre un millón de letras y números.
La verdad es que él había sido siempre un chico estúpido, perezoso y despistado; un chico enamorado de una chica inteligente, dulce y tímida.

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