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¿Cómo lo llamamos, y luego qué hacemos con ello?

El cristal se empañó con su suspiro. Estaba pegada a la ventanilla, observando el exterior envuelto en un cielo azul de jueves. Todo parecía tan... corriente. Pero no lo era. Carlota había cogido un tren y se iba para siempre sin decir nada a nadie. Desaparecer.
La vida tal y como la conocía había dejado de existir. Todo cambiaba, ¿cómo podía no darse cuenta nadie? ¿Cómo no lo sentían?
Y es que Carlota, como la mayoría de las personas, esperaba celebrar su funeral en un día gris y lluvioso, que acompañara al triste acontecimiento. Había esperado que cuando se machacara tan fuerte su corazón como entonces, los demás también lo sintieran.
La triste realidad era que, en su lugar, los demás seguían haciendo sus compras, paseando al perro o sentados somnolientos en el tren, como si nada estuviera sucediendo.
Lo que más le sorprendió a la joven no fue solo la increíble indiferencia que emanaba de los otros hacia ella, hacia todas las demás personas anónimas; sino que se dio cuenta de que no quería ser una persona anónima más para el mundo.

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