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Lo que llamamos casa...

En su ático.

Su hogar no estaba entre cuatro paredes, no. Era un mundo vivo, grande, con cielo y mar, lleno de luces, color, ruido. Era el lugar donde había nacido y crecido. Donde vivía con su familia: millones de personas que, aunque a veces se ofuscaran en no verlo, tenían más similitudes que diferencias entre ellos. Al fin y al cabo su ADN era un 99'9% idéntico.   
Se la solía encontrar sentada con un almohadón en la gran terraza de su cuarto, mirando por el balcón. Estaba lo suficiente apartado de la ciudad como para ver los millones de estrellas. Por eso le gustaba que fuese un ático y estar más cerca del cielo.
A la derecha todo eran montes... bosques oscuros y misteriosos rozando los acantilados de la playa que subían hasta montañas frías. Naturaleza poblada de románticas leyendas que ella inventaba cada noche.
Y el acantilado.
Ese borde rocoso que bajaba hasta un arenal uniendo aquel edificio con toda una ciudad. La línea donde terminaba la vida de esas bailarinas azules de sal y agua, rompiéndose en mil gotitas, convirtiéndose en lo que siempre habían sido -solo mar- para renacer de nuevo.
En medio de la noche, un vacío mágico.
Pero si volvía su mirada un poco hacia la derecha, luces y rascacielos. Grandes calles atestadas de tráfico y gente. De diversión. Espectáculo. Millones de momentos efímeros. De vida.
Cómo le gustaba intervenir con su pensamiento en la vida de cada una de esas personas: el grupo de amigos que sale de fiesta, la modelo a la que fotografían todos los medios en la inauguración de una joyería, la pareja apasionada que disfruta de su mutua compañía...
Tenía el tiempo y el espacio condensado en unos kilómetros cuadrados, a sus pies.Detrás de todo eso, minúsculo entre el alboroto y los edificios, el aeropuerto. Ella no podía verlo, pero sabía que estaba allí, porque veía todas esas lucecitas descendiendo de las estrellas para traer de miles de kilómetros a viajeros, misteriosos, lejanos, o ascendiendo hacia ellas para llevar a otros a lugares más sorprendentes, exóticos.

Entonces, cuando quería descansar del mundo, regalar la libertad y la intimidad a sus ciudadanos, convertirlos en dueños de sus vidas y por un momento dejarles a solas sin cuidado ni vigilancia, soñaba con montar en uno de aquellos aviones, y desaparecer en el cielo para llegar a destinos inalcanzables, mundos a los su imaginación no podía volar.

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