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Lo confieso

He cometido muchas tonterías a lo largo de mi vida. Seguro que más que la mayoría de la gente. Algunas de esas tonterías se quedaron escondidas como un secreto personal, otras las conocen tantas personas que debería sentirme ridícula.
Mi vida es prácticamente como la de cualquier chica de clase media de mi edad: estudio, trabajo, salgo con mis amigas, toco la guitarra, leo, escribo, de vez en cuando conozco a alguien especial... Pero entonces surge un momento, como un hueco en mitad de la rutina, en el que hago una estupidez que cambia alguna cosa, a veces incluso pone patas arriba todo mi mundo, y es imposible de olvidar.
Hay veces en que me arrepiento, otras sonrío. Algunas maldigo lo estúpida que fui y otras me aplaudo por ser capaz de haber hecho semejante locura. En ocasiones reacciono de todas las maneras posibles recordando esos momentos, supongo que según lleve el día.
¿Pero sabes qué? Tengo diecinueve años, y espero que me queden muchísimas tonterías más por hacer que puedan convertirse, como tantas otras, en recuerdos de los que podré reírme algún día, en errores con los que habré aprendido a mejorar y finalmente en una vida llena de eso, vida. 
¿Se puede pedir algo más?

Quienes que te humillan por todas esas tonterías, por hacer lo que quieres, podrán hablar de lo patético y absurdo que resultas, de tu inmadurez, y de tantísimas cosas más acerca de tu comportamiento. Pero hay algo de lo que no hablarán: de ellos. Te necesitan, necesitan tu vida, conocer tus anécdotas, recordarte, tenerte presente como una de las partes más importantes de su existencia, porque son demasiado serios como para vivir su propia vida.


"Que hablen mal de ti es terrible; que no lo hagan en absoluto es mucho peor"

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