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En el rostro del rey


se dibujó una sonrisa arrogante cuando probó la copa que el criado le sirvió con motivo del baile de verano que siempre celebraban en la noche más corta del año. Era la misma sonrisa que se dibujaba cada vez que recordaba las palabras de su comandante. El sol ardiente estaba a punto de clavar sus rayos como aceros afilados en mitad de la oscuridad etérea y flotante, casi transparente a aquellas horas del alba. Entonces él bebía una copa del vino más dulce de las costas de abajo. Su comandante se acercó y simplemente dijo "Ya, ya está, majestad". El líquido rojo recorrió su paladar dejando en su boca el sabor de la victoria. Hacía ya tiempo de eso, pero el recuerdo se mantenía tan vivo como si acabara de suceder.

Las cosas no habían cambiado apenas desde el día de la conquista. De hecho la única diferencia consistía en que se hablaba de la futura derrota del rey a oscuras, en lugares recónditos que se habían convertido en la sede de los núcleos rebeldes, el lugar de hablarse en mitad de la calle a plena luz del día entre grandes multitudes como antes. Esa noche la mayoría de los habitantes del reino disfrutaban del fuego, la música y la comida de la fiesta de verano. Tan solo seis personas estaban presentes en la discusión acerca de los planes de reconquista del reino, y de ellas solo hablaban dos.
     ––¡Idiota! ¿Y si te pillan?
El joven que se había ofrecido voluntario para el trabajo más arriesgado de todo el plan rió.
     ––¿Y por qué iban a hacerlo? Ninguno sospecharía de nadie. Y yo soy Nadie. Si fuera un gran señor las cosas serían diferentes. Pero ser nadie es fantástico. Nadie no se preocupa, ya que no tiene de qué preocuparse. Nadie no es juzgado. Nadie solo juega a las traiciones ya las recompensas cuando quiere. Nadie es anónimo y desconocido, por lo que ningún hombre presta atención a lo que hace o a dónde va. Nadie puede ser quien quiere y hacer lo que quiera. Ahora soy un pinche de cocina, ahora soy un sirviente, ahora soy un aprendiz... Nadie no tiene nada, así que nadie le puede quitar nada.
     ––Tienes vida. Eso es lo que te pueden quitar.
     ––Sí... pueden intentarlo.
Ahora fue ella quien rió. Pero fue una carcajada amarga llena de rabia. Quería gritarle. Quería insultarle.
     ––¿Intentarlo? ¡Te abrirán como un colador! Te recuerdo que tienen espadas, lanzas, flechas, escudos, hachas... ¿sigo?
     ––Pero míralos. Solo siguen órdenes, no piensan. Y las órdenes provienen de un patán. He mentido, sí que tengo algo... un poco de astucia, es algo que no me pueden quitar. ¿Conoces el cuento del traje invisible? Pues esto es parecido. El rey cree que gobierna a todo el mundo, tras la noche en que terminó la conquista, sin embargo, por mucho que un rey gobierne, no puede cambiar el pensamiento de su pueblo. Primer paso, un rey inteligente, se rodea de personas más inteligentes que él, y además de confianza. Segundo paso, una persona no puede ser querida por todos: si quieres gobernar a todo el mundo, haz que te amen la mayoría y que te teman el resto. Lástima que al rey no se le haya ocurrido... es mi turno: una mente audaz defiende tan bien al cuerpo como una espada. Deja que tu enemigo sepa qué es lo que quieres, pero no cuánto lo quieres. Y recuerda que cuanto menos tengas que perder, menos arriesgas. La persona que no tiene nada, como yo, solo puede ganar, o en todo caso, quedarse igual. Por eso es más peligrosa que los grandes señores con sus castillos, sus tierras y sus títulos. Hay que ser paciente para tener un plan sólido, lo suficiente cortés, ni mucho ni poco, porque tanto si te pasas como si te quedas corto, sospecharán de ti, disimular, actuar como todo el mundo, y lo más importante, ir un paso por delante y ser impredecible. La victoria no es tomar de cualquier forma aquello que nos importa. La victoria es fría, como la venganza.
     ––¿Y esto es una victoria o una venganza del hijo al que vendió?

En las catacumbas de piedra bajo el suelo, iluminados por la luz de una antorcha, retumbaron los gritos aterrados y sorprendidos de mujeres y hombres. Un escalofrío recorrió a cinco de los seis rebeldes. El sexto sonrió de la misma manera arrogante que el rey. La chica lo miró y supo al instante lo que estaba sucediendo.
     ––Señores, el rey ha muerto. Es mejor que salgamos de aquí ––no apartó los ojos de su amigo mientras hablaba. ¿De verdad era su amigo? ¿De verdad lo conocía? Él no había confiado en ella. Cuando el resto hubo salido, ella lo detuvo–– ¿querrá su heredo ser coronado esta misma noche?
     ––Ganar un título es fácil. Lo difícil es conservarlo ––sonrió él agarrándola la mejilla. A veces se comportaba como un auténtico imbécil y de repente hacía algo totalmente inesperado y tan encantador como su sonrisa mientras sus ojos del color del cielo y del mar sostenían la mirada de ella. También sucedía al contrario y ella no lo soportaba.
     ––Si no quieres ser un rey, ¿qué es lo que quieres? ¿Por qué no me contaste tus planes?
     ––Pequeña, incluso en la guerra, el mundo permanece en tonalidades grises: no existe el bien y el mal; y los amigos solo lo son mientras mantengan los mismos intereses...
Y se marchó. Ella se quedó allí, temblando bajo la frialdad de esas palabras. Había conspirado contra la corona, había matado a enemigos, había sido buscada por los caballeros del rey, había infringido tantas normas que su cabeza ya debería estar podrida y en los huesos, pero nunca había sentido un miedo tan acuciante como el que sintió en aquel momento. ¿Qué era? ¿Miedo a perderlo?

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