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Un minuto sin sonreír



o un minuto sin ver una sonrisa, era para ella, un minuto desperdiciado. 
Pero si la dieran a escoger entre la sonrisa educada de su abogado o las lágrimas de un niño, elegiría al niño, porque en un minuto podría sacarle una sonrisa de las bonitas.
Las sonrisas educadas nunca se sentían de verdad, y solo las sonrisas sinceras, eran bonitas.

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