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La belleza idílica,
esa de las portadas de revistas, de chicos con abdominales semi desarrollados de gimnasio y la piel más suave que el culito de un bebé envueltos en chalecos de Tommy Hilfiger con su deslumbrante sonrisa tan blanca y perfecta que parecen Ken en su cita en la playa. La belleza de esos chicos que esconden la más seductora de las miradas tras unas Ray Ban último diseño bajo su pelo engominado aparentemente despeinado al estilo de Piccaso, pero donde no se mueve ni un pelo, más brillante que el de los anuncios de Pantene.
Esa belleza de los anuncios de la tele y las pasarelas de moda llena de mil fotografías donde no hay una sola mirada despistada, ni unos labios serios, de chicas con curvas despampanantes cubiertas por vestidos de Chanel que enseñan más de lo que pretenden y esconden menos de lo que deberían. Con su bronceado ultra de rayos uva y su piel lisa donde no encontrarás ninguna imperfección. La belleza de niñas que no envejecen hasta los setenta años, con sus pestañas extra largas de Estee Lauder rodeando sus enormes ojos azules por encima de unos labios de diosa untados de gloss morado de Clinique que no se quita en 72 horas sin importar si comes, bebes o te fumas un porro; y su melena hasta la cintura perfectamente lisa y suave imposible de encrespar con puntas que no se estropearían ni en un millón de años bajo el mar. Con sus cincuenta kilos de los que no suben tras comerse toda una pastelería repartidos divinamente, acumulándose en sus pechos perfectos que no se caen sin importar la edad. Vamos, que ya quisiera Barbie a sus cuarenta y pico años.
Pues justo esa belleza es una mentira. No escuches esas chorradas de moda, tíos sin dos dedos de frente y programas que prefieren invitar a putas a contar cómo se la chupan a sus clientes que a importantes catedráticos. Tienes suerte: tú, tan solo con tu sonrisa, ya eres perfecta. No necesitas más.
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