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Verano

Pero una mañana notó en el aire y en la luz los primeros augurios de un nuevo verano, la anchura caudalosa del espacio y del tiempo, el ritmo despacioso, la pereza que ya no era vicio sino forma de vida y reconciliación con la naturaleza, y que parecía eximir de las culpas contraídas durante todo el año, y entonces pensó: “El verano lo arreglará todo”, como si el verano fuese una deidad antigua, barbada y jocunda, capaz de restaurar con su poder absolutorio la armonía familiar. Porque siempre el verano había sido como un punto y aparte, un remover las fichas o barajar los naipes para empezar una nueva partida, de modo que las deudas quedaban saldadas al mismo tiempo que se renovaban los proyectos, se disipaban los temores, y la vida adquiría una ingravidez donde todo era fácil, donde lo efímero y lo perdurable confundían alegremente sus fronteras.

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