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Hay muchas formas de herir


a una persona. Puedes hacerte con una pistola y dispararlo, en cualquier lugar, causarle la muerte al instante, hacer que se desangre lentamente, o tan solo someterle a un profundo dolor: el hombro, la pierna, un brazo... Puedes hacerte con una licencia de armas o cogérsela a alguien. En Estados Unidos incluso es un derecho constitucional. El cuchillo es todavía más accesible y provoca casi el mismo daño. ¿Quién no tiene alguno en su cocina? De hecho hay miles de cosas con las que herir a alguien de forma sencilla: piedras, martillos, bates, palos, sillas... cualquier objeto sólido con un cierto peso y consistencia. Estamos hablando de herir, no lo olvidéis, no se trata de matar aunque muchos utensilios cumplan también esta función.

Hay un método en concreto que solo hiere, hiere bastante además, pero pocas personas pueden usarlo contra ti, incluso tú tienes la capacidad de decidir qué personas pueden gozar de tener la posibilidad de herirte de semejante manera. La traición. La traición es un arma que guarda en la manga toda aquella persona en quien un día decidiste confiar; un arma fácil, cargada y preparada para usar en cualquier momento. Tienes que elegir bien, asegurarte de que has encontrado a alguien que nunca lleve chaqueta para no terminar haciéndote esa pregunta a la que yo aún no he encontrado respuesta: ¿por qué esa necesidad de herir a los demás?

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