No necesitaba excusas. Ninguna de sus elecciones llevaba deuda. Podía renunciar a todo, dar la espalda a todo, podía vivir con ello, darse la vuelta y repartir la verdad gratuitamente con una puñalada en el corazón. La libertad era suya. Y cuando llegara el momento ella no tendría nada que temer. Porque ella no era la traidora, era la traicionada.
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