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Mi invento favorito

Me gustaría que un genio llegara a inventar alguna clase de aparato capaz de transmitir nuestros sentimientos y pensamientos a otras personas. Algo así como un chip para que los demás pudieran leerme la mente. Algo que les hiciera sentir como me siento cuando interactúan conmigo, que les dé pistas de por qué a veces soy tan difícil o me pongo a la defensiva. Y que les haga notar que a veces ellas también fallan (al menos conmigo). Algo que les enseñe todo aquello que no puedo expresar con palabras y todo lo que no me atrevo, lo que se atraganta en un nudo o se queda en mis lágrimas. Me gustaría que algunas personas pudieran ver cuánto me cuestan algunas cosas, como mirarles a los ojos. Yo sé qué ellas pueden hacerlo, así que no lo entienden. ¡Ojalá lo entendieran! No necesito escribir una lista de cómos ni por qués, nadie que venga a hurgar en mis raíces y decirme que de niña tuve algún conflicto que no se resolvió. No me importa nada de eso. No necesito buscar culpables. Solo quiero transmitir a otras personas qué es a veces ser yo, como a ellas les gustaría que a veces yo supiera por lo que están pasando. A veces sonrío cuando solo quiero llorar, y a veces impongo una fría distancia que me gustaría que alguien rompiera con un abrazo. Y lo hago porque no tengo todavía el valor para mostrar quién soy realmente. No sé desnudarme de mi escudo y mi lanza a menudo ni para todos. Y a veces mi armadura estropea las cosas. Pero si alguien poseyera este invento entendería tanto de mí que no me permitiría rasgar más momentos con el filo cortante de mi miedo y enfrascaría mi dolor antes de que formara tormentas y tsunamis que arrastraran a todos los que quiero. Sé que muchas personas, sobre todo las importantes, creen que no lo intento. Si supieran a veces lo empinado de la escalera por la que subo y la pesada carga que transporto en la oscuridad de mi conciencia y mis miedos quizá vieran el esfuerzo que hago por tratar de alcanzar el lugar donde quiero estar para ellos. Sé que algunos creen que no confío lo bastante en ellos, que es un problema del hueco que nos separa entre un abrazo que nunca nos hemos dado y que por desconfianza, tampoco nos daremos. Pero esos demonios que llenan la distancia son sus invenciones, mitos de una realidad mía que no pueden entender. Quisiera que todos ellos supieran que no existen entre nosotros tales espinas. Que no es un problema de la confianza que me inspiran, sino de la que yo me inspiro, de mi propia inseguridad que a veces me convierte a mí en espina o peor, en puñal. Si tal invento existiera ellos podrían saber cuándo tengo frío, cuándo quemo, cómo avivar el fuego y cómo derretir el hielo. Quisiera que supieran tantas cosas que no sé cómo decir, que a veces ni yo sé lo que me pasa y a veces solo me queda un "lo siento". Creo que solo necesito que entiendan que de verdad lo intento.



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